Me llamo Eva y soy escritora, aunque hasta hace muy poco ejercía como ingeniera de caminos.
Me explico.
Aprendí a leer muy pronto y dedicaba a ello todas mis horas libres, que entonces eran muchas. Cuando tenía la edad de pensar qué quería hacer en la vida, decidí ser escritora… y resultó que no era una opción.
─ Mamá, quiero ser escritora.
─ Hija, mejor tener una profesión.
Tal cual. Y no se me ocurrió contradecir al oráculo. Así que me pasé unos años en la Universidad Politécnica mientras trabajaba de mil cosas para pagarme los estudios: canguro, dependienta, encuestadora, perforadora de tarjetas informáticas (los ordenadores funcionaban con unas tarjetas perforadas, los teclados vinieron después).
Y me convertí en ingeniera de caminos, canales y puertos. Antes de titularme ya estaba trabajando de ocho a ocho, luego hice el doctorado sin dejar mi trabajo en la empresa, abrí un despacho de cálculo de estructuras y estuve pluriempleada, me presenté a oposiciones a la Administración, tuve dos hijos, me licencié en Económicas, me titulé como técnica en prevención, y seguí trabajando en obras y mantenimiento.
Todo el mundo necesita un refugio donde esconderse a estar solo de vez en cuando. En todos esos años locos de carrera contra reloj, mi refugio fue la lectura y la escritura. Leía y leía, escribía y escribía en mi escaso tiempo libre, pero solo para mí. Nunca se me ocurrió publicar.
En 2019, en medio de todo ese frenesí laboral tuve un problema médico bastante serio que me obligó a pasar por el quirófano. Esos meses de parón obligado me llevaron a pensar con calma en lo que quería hacer realmente y volví al origen: Mamá, quiero ser escritora.
Tardé dos años en publicar mi primera novela, mientras seguía trabajando como ingeniera, pero decidí que eso es lo que me gusta y dejé la ingeniería para meterme en este jardín.
¿Las palabras se las lleva el viento? Pues mejor escribirlas y publicarlas para intentar evitarlo. En este blog escribo de manera habitual algunas de esas palabras.
También intento publicar libros, que luego imagino ordenados junto a sus hermanos de papel y tinta en las estanterías de tu casa, o de la casa de algún otro enamorado de la lectura. Esa imagen me hace feliz.