Título original: Y de Yesterday
Año: 2017
Autora: Sue Grafton
Editorial: Tusquets Editores
«Mi nombre es Kinsey Millhone. Soy una investigadora privada, con licencia en el estado de California. Anteayer maté a alguien y ese hecho pesa mucho en mi mente.»
A de adulterio
Con esa sorprendente declaración de Kinsey Milhone comienza la novela de suspense “A de adulterio”, la primera de la serie “El alfabeto del crimen”, de la escritora estadounidense Sue Grafton, de la cual ya te hablé en un post anterior.
Pero hoy os quiero hablar de la última entrega de la serie: “Y de Yesterday”.
En esta novela, unos chicos violaron a una compañera de clase y lo grabaron en una cinta de vídeo (sí, eran otros tiempos, aún no existían las redes sociales).
Diez años más tarde un extorsionista envía la cinta a uno de los chicos, y sus padres han contratado a la detective Kinsey Milhone para que descubra quién es el remitente de la cinta.
Kinsey quiere saber cómo hacer copias de la grabación (la gente no solía tener en casa los medios para hacerlo), así que va a una tienda a preguntar y tiene lugar el curioso diálogo que os pongo a continuación.
Un fragmento de Y de Yesterday
«Lauren me había dado la cinta de vídeo con su envoltorio, así que dediqué un momento a analizar el sobre marrón. Era un sobre de burbujas normal y corriente, sin ninguna marca comercial visible. Para mí, sería imposible localizar a quien lo había comprado. Y lo mismo con las huellas dactilares, si es que las hubiera. Disponía del instrumental para tomar huellas y sabía cómo hacerlo, pero no podía acceder a la base de datos de la policía para compararlas. Y lo mismo podía decir de la saliva del sello de correos. Probablemente el extorsionista lo habría pegado con agua y una esponja. ¿ADN? Ni soñarlo.
…/…
Respecto a la cinta, no se me ocurría cómo el culpable habría podido conseguir la copia. No podía pedir que se la hicieran en una tienda. La poli estaría en su casa antes de una hora. Por otro lado, era evidente que la que habían enviado tenía que ser un duplicado. Examiné el vídeo, que era como los que se venden en cualquier tienda de fotografía.
Las cinco menos cuarto. Aún tenía tiempo de ir a una tienda antes de que cerrara. Puse en marcha el coche y fui hacia el centro de la ciudad. Creía recordar que había una tienda de fotografía que me quedaba bastante cerca.
Aparqué y me dirigí hacia la puerta. En el letrero del escaparate, decía que no cerraban hasta las seis. Esperé a que el dependiente acabara de atender a otro cliente y se dirigiese a mí.
— ¿En qué puedo ayudarla?
Veintitantos, delgado y alto, el pelo en una coleta, lucía una perilla bastante rala. Un tornillo le atravesaba el lóbulo de la oreja izquierda y se cerraba con una tuerca. Su cara estaba salpicada de granos, y vestía pajarita y tirantes de color rojo vivo que no le pegaban nada. ¿Qué imagen quería dar?
Le enseñé la cinta.
— Querría saber cómo duplicar una cinta de vídeo.
— ¿Ésa?
— No, lo pregunto en general.
— ¿Para cuándo la necesita?
— No importa, la pregunta es hipotética.
— Explíquese.
— El contenido del vídeo es personal y no querría dejarlo en una tienda para que hicieran la copia allí.
— ¿Y por qué no?
— Mmmm…, pongamos que, por ejemplo, me hubiera grabado a mí misma desnuda.
— ¿Con qué objetivo?
— Tal vez soy una exhibicionista y quiero excitar a mi novio.
— Pues sería mejor que le enseñara sus atributos al natural. Eso es lo que me gustaría a mí, si yo fuera él — dijo el dependiente.
— Es un problema teórico.
— Si usted lo dice…
— La verdad es que la cinta contiene imágenes de comportamientos cuestionables. El contenido se podría decir que es criminal.
— ¿Por qué iba a meterse en algo así una buena chica como usted?
Pasé por alto la pregunta, que me pareció impertinente.
— Si una tienda de fotografía no pudiera o no quisiera reproducir el vídeo, ¿cómo podría hacerlo yo?
El dependiente se inclinó sobre el mostrador y apoyó la barbilla en el puño.
— Supongo que podría proyectarla en una pantalla y grabar una cinta de la cinta.
Consideré su sugerencia.
— Bien pensado. Me gusta la idea. Quieres decir que podría copiar tantos vídeos como cintas vírgenes tuviera.
— Exactamente.
El muchacho levantó el dedo índice.
— O alguien, por ejemplo yo, lo podría hacer por usted, siempre que la compensación valiera la pena.
— Creo que no – dije -. Es probable que te sintieras obligado a denunciarlo a la policía.
— ¿Es una peli snuff? Porque si es así, voy a llamar a la policía en este mismo instante.
— ¡No, no es una peli snuff! ¿Por quién me tomas?
— Por alguien que quiere copiar un vídeo doméstico con contenido guarro que puede decirse que es criminal, según ha dicho usted.
Me armé de paciencia, recurrí a mi lado zen para no arrancarle una oreja de un mordisco, por ser así de imbécil.
— A ver qué te parecería esto. Digamos que deseo alquilar una cámara de vídeo. ¿Me la podrías alquilar?
— No, no, no. Normalmente, sí, pero después de lo que me acaba de decir usted, no puedo hacerlo. Seguro que me despedirían.
— Gracias por todo – dije mientras me guardaba la cinta.
— A su servicio – respondió él.»
En resumen, una novela de intriga divertida, como todas las de la serie.
Te aconsejo empezar por la A y leer toda la saga. Lo pasarás de maravilla.
Más información en la página oficial de Sue Grafton